Uno de los pasajes bíblicos que más me gusta es el de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), un relato que en medio de su sencillez esconde un profundo mensaje de esperanza.
A los novios se les acabó el vino a mitad de la fiesta, el vino era indispensable para que la fiesta continuara y sin él no había mucho por hacer, los invitados estaban ahí y ellos no podrían cumplir con lo que se esperaba de ellos. Seguramente la sensación de fracaso los invadió ¿qué habían hecho mal? No se suponía que eso pasara en medio del día más importante de su vida, lo habían planeado todo con cuidado, estaban seguros de haber calculado bien ¿En dónde había estado el error?
¿Alguna vez se te ha acabado el vino? ¿alguna vez has sentido que se te terminó eso que necesitabas para poder continuar? Tal vez la muerte de alguien que amabas, el fin de una amistad o de un amor, algún fracaso o decepción, alguna enfermedad, algún sueño que se vuelve inalcanzable, de una u otra forma todos en algún momento de la vida pensamos que ya no podremos seguir.
A mí también me pasó. Un día a la mitad de mi vida cuando todo parecía estar bien, desperté con la certeza de que todo había terminado, de que no tendría fuerza para seguir adelante, de que ya nada volvería a tener sentido. ¿Qué había ocurrido? No se suponía que las cosas salieran así, todo parecía ir tan bien ¿en qué momento todo cambió? ¿qué hice mal? ¿por qué mis sueños no pudieron cumplirse cómo yo esperaba?
Seguro esa misma sensación fue la que experimentaron los novios en aquella boda, lo maravilloso fue que ellos, sin saberlo, habían tomado una decisión que cambiaría todo: habían invitado a su fiesta a Jesús y a su madre y su presencia lo cambia todo. María se conmovió y le pidió a su hijo que los ayudara, María se conmovió y le pidió a su hijo que me ayudara, María se conmueve y le pide a Jesús hoy que te ayude a ti. ¿Qué necesitas? Lo más simple, invitar a Jesús, escuchar a su madre que te dice: “Haz lo que él te diga.” y entregarle lo poco que tienes para que él lo transforme.
En aquella boda los novios le entregaron lo único que tenían: agua, a mi me gusta pensar que el agua que yo le entregué fueron mis lágrimas, era lo único que tenía yo en aquel momento ¿qué podía hacer Jesús con el agua, que podía hacer él con mis lágrimas? TODO, él puede hacerlo todo, lo único que necesita es que lo invites a tu vida y le entregues lo que tengas, no hace falta más.
Eso ya es de por sí un milagro maravilloso pero hasta hace muy poco me di cuenta de que me faltaba entender que en el relato se narra un milagro todavía más grande, Jesús transformó el agua en vino pero no en cualquier vino, sino en el mejor vino de toda la fiesta. Todos se conformaban simplemente con que hubiera vino para continuar, pero él les dio algo inesperado, un vino delicioso que hizo que la fiesta fuera mucho mejor que la que todos esperaban, una fiesta diferente a la que habían vivido antes de que se terminara el vino.
Eso lo entendí hasta ahora que he visto como Jesús tomó mis lágrimas y las transformó en un vino mejor, en una fuerza y una inspiración que no conocía, en un amor a la vida mucho más profundo, más libre y pleno, hoy puedo decir con certeza que Jesús en mi vida dejó el mejor vino para el final.
Si hoy el vino se acabó en tu vida, si hoy sientes que no puedes seguir, invita a Jesús, haz lo que él te diga y si te cuesta oírlo piensa que lo único que él te pide es que lo ames, que te ames a ti mismo y que confíes en él, él no se robó el vino de tu vida, al contrario él quiere devolverte lo que has perdido. Dale lo que tengas, no importa si te parece poco, si te parece que no es suficiente, él tomará lo que le des y lo transformará en un vino mejor que te permitirá no sólo seguir adelante sino disfrutar de una vida mucho mejor de la que imaginabas. ¡La fiesta no tiene que terminar, sólo se detuvo un momento, pero de la mano de Dios puedes continuarla y vivir una fiesta mucho mejor de lo que soñabas!
Hoy el mismo Jesús te llama por tu nombre y te dice ¡por favor no te rindas, lo mejor está por venir, yo voy contigo!
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