Hoy quiero compartir un texto del Padre Arnaldo Pangrazzi, fragmento de su libro Girasoles junto a Sauces:
“Se quiera o no, es imposible arrancar de la vida los sauces llorones. Antes o después, el dolor llama a nuestra propia puerta; para algunos con el sufrimiento físico o mental; para otros con el sabor amargo de heridas personales nunca cicatrizadas; y para otros mediante la aridez del espíritu o la falta de ideales.
En primer lugar: la vida interpela a cada sauce a ahondar en sus raíces para encontrar y despertar a su propio médico interior. A la sombra de cada sauce hace guardia un girasol, lo mismo que detrás de cada problema se enconde un don. Ningún rostro está tan lleno de lágrimas que no le quede espacio para una sonrisa, ninguna tragedia es tan grave que no deje algún hilo de esperanza a lo largo de su recorrido, como ninguna noche es tan larga que no venga seguida de un nuevo día. El llanto del sauce no anula la presencia del girasol, que vive en el mismo jardín. Solo quien está en contacto con su propio girasol sabe cantar a la esperanza.
En segundo lugar: el mundo tiene mayor necesidad de girasoles que de sauces. Sauces no son sólo los enfermos, sino también quienes ven la realidad con los ojos del pesimismo, quienes critican todo lo que no se corresponde con sus expectativas, quienes se sienten víctimas de la injusticia de la vida, quienes no se sienten contentos si no están descontentos.
Las imágenes de aflicción y negatividad reclaman la presencia de los girasoles que transmitan sol, luz y resurrección. Girasoles son quienes se acercan al dolor sin minimizarlo o banalizarlo, sino derramando el óleo de la curación y alimentando la esperanza en el corazón de quien sufre. Girasoles son quienes contrapesan los días lluviosos con el arco iris de la comprensión y los rayos luminosos de la amabilidad y la bondad. El girasol tiene una historia que contar: no pretende crecer él solo, sino que vive feliz en comunión, sin competir por el espacio o por la luz, pues para todos hay sol y alimento suficiente. El girasol no es egoísta ni avaro; acoge en la trama de su rostro abejas, mariposas y otros insectos que necesitan su linfa y sus dones.
El girasol no contempla la realidad desde arriba para dominarla, sino para iluminarla con su luz y besarla con su sonrisa. Se confía al sol para recibir energía y vida, pero también sabe inclinarse ante la noche para aceptar la otra dimensión de la existencia. En el mundo de la salud son símbolos de esperanza todos los que honran la vida como el girasol… el girasol no se hace ilusiones de que los dones que posee, las sonrisas que dirige, la luz que ofrece, el aceite que segrega… sean mérito suyo: por eso se mantiene en constante adoración del sol que le da la vida y le alimenta. En el corazón de cada girasol hay un canto de alegría dirigido a Dios dador de todo bien.”
Sin remedio todos en algún momento de nuestra vida hemos sido sauces, pero si miramos con cuidado nos daremos cuenta de que en esos momentos siempre ha habido un girasol cerca, un girasol que nos ofreció su consuelo y esperanza. Pero igual de importante es comprender también que todos podemos ser girasoles ¡hacen falta girasoles! A veces pensamos que tenemos muy poco para dar o que no somos capaces de acercarnos al sufrimiento de otros, pero Jesús siempre provee, empecemos por poco: una sonrisa, una llamada, incluso nuestra presencia silenciosa puede hacer un cambio en un corazón que sufre.
El milagro está en que el amor es capaz de transformarnos de sauces en girasoles.
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