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Ida y Vuelta

Un día de profunda tristeza, experimentando un enorme vacío en el corazón, escuché una canción de la Hermana Glenda, cantante católica, en la cual le habla a Dios diciendo “Solo dame una sonrisa tuya y yo podré reír ...” ¡Cuánto anhelaba en aquel momento poder reír! Pero ¿cómo ver la sonrisa de Dios, donde encontrarla? La frase, sin embargo, me dio esperanza, no sabía dónde, pero sentía que esa sonrisa de Dios me encontraría en algún momento.

Tiempo después tuve la bendición de acompañar una persona que estaba viviendo una tristeza muy profunda en medio de un duelo muy difícil; por muchas semanas mi labor consistió simplemente en estar a su lado sosteniendo su pena, nuestras conversaciones se desarrollaban entre las lágrimas y la desesperanza, era, aparentemente, casi nada lo que yo podía hacer, por lo que me decidí por lo único que estaba en mis manos: quedarme a su lado, sin tratar de cambiarle, aceptándole tal cual se encontraba, si no lograba salir adelante, al menos no estaría solo.

Fue entonces, después de un tiempo, cuando sucedió. Un día pude ver una luz distinta en sus ojos, era casi imperceptible, pero estaba ahí, en su mirada y de la nada, cuando no lo esperaba, sonrió por primera vez desde que nos encontramos. Fue una sonrisa muy suave, tal vez ni siquiera se dio cuenta de que sonrió, pero ese momento marcó mi vida de una forma muy especial porque al instante lo supe: esa era la sonrisa de Dios. Esa persona sin saberlo, viviendo el dolor más grande, me ayudó a recuperar el camino hacia el propósito y hacia el sentido de mi vida. ¡Tanto que buscamos a Dios y Él está mucho más cerca de lo que pensamos! Somos esencia del amor divino, Dios vive en cada uno de nosotros y por lo mismo, de manera natural, nos convertimos en el medio por el cuál Él se manifiesta al mundo.

A partir de ese momento y conforme he avanzado en el acompañamiento a corazones que sufren he ido entendiendo y comprobando, que la vivencia del sufrimiento inevitable que trae la vida, a partir de las circunstancias que se salen de nuestro control y en general la búsqueda del sentido de nuestra existencia, se atraviesan mejor mediante la conexión entre seres humanos, en un camino de ida y vuelta; al abrir el alma acogiendo el dolor y el vacío de otro ser humano ocurre un intercambio maravilloso de gracia que sana, no un corazón, sino dos. El amor va y regresa multiplicado, porque para dar amor no se requiere estar alegre, basta abrir el corazón.

Últimamente he escuchado a muchos expertos en trabajo personal decir que la prioridad de cada uno debe ser su propia persona y estoy de acuerdo, nadie puede dar lo que no tiene, no podemos estar bien para alguien más, si no estamos bien con nosotros mismos, sin embargo, quedarse ahí no sirve de nada, por eso yo lo completaría diciendo:

“Empieza por ti, pero no te quedes en ti, sal de ti para encontrarte con los demás.”

El sentido de la vida solo encuentra su plenitud cuando estando bien con uno mismo se logra salir al encuentro del otro sin perderse en el camino; quien no se atreve a emprender ese viaje se pierde de lo que Dios, a través de los demás, quiere y puede entregarle.

¡Da miedo! Lo sé y no siempre funciona, pareciera que nunca había sido tan difícil relacionarnos como en este momento de la historia, las pantallas, la diversidad, la velocidad con la que vivimos no ayudan, es verdad, pero hay algo más. Creo yo que el acceso a tal cantidad de información nos ha hecho soberbios, todos nos sentimos expertos en las vidas ajenas y muchas veces nos acercamos al otro desde ese lugar, creyendo que el encuentro consiste en reparar al otro, en convencerlo de pensar como nosotros o en brindarle soluciones que nos parecen las correctas.

Desde mi experiencia y preparación en el acompañamiento a otros, he aprendido que el primer paso para lograr el encuentro humano es el reconocimiento de que cada persona experimenta la vida desde un mundo solo conocido por sí mismo; las circunstancias externas pueden ser las mismas pero cada persona las vive desde un lugar único y diferente. Por esta razón hemos de acercarnos al otro con humildad, con compasiva curiosidad y respeto para entrar en su mundo y poder compartirle el nuestro.

Acompañarnos unos a otros debería ser una prioridad en este mundo que cambia a velocidades nunca vistas, presentándonos a diario nuevos retos para los cuales muchas veces nos sentimos poco preparados.

Los más grandes dolores, heridas y vacíos del ser humano solo pueden ser consolados, sanados y llenados con amor. El camino de la vida debería ser transitado desde ahí y Dios es la fuente del verdadero amor y el único medio que este tiene para llegar al mundo es el corazón humano, démonos la oportunidad de abrir el corazón humildemente a los demás para así encontrarnos con el verdadero sentido de la vida.



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