La vida es un camino, un camino cuyo destino son los brazos amorosos de Dios que nos espera. En ese camino nos encontramos de todo, a veces encontramos flores, campos verdes y veredas bien trazadas, bien iluminadas que recorremos alegremente sin mayor preocupación pero, antes o después, inevitablemente todos llegamos a esa parte del camino que no queremos caminar el camino de las pérdidas, del dolor, del sufrimiento.
Es en ese momento cuando el camino se torna oscuro, pedregoso, empinado y sumamente difícil de recorrer. A cada paso nos encontramos con piedras, hoyos que incluso nos hacen caer y lastimarnos; muchas veces nos levantamos y cuando creemos que el camino está a punto de mejorar nos damos cuenta de que por el contrario se hace peor y la desilusión y el miedo se apoderan de nosotros, incluso llegamos a creer que ese camino jamás terminará y sólo nos queda resignarnos y esperar, esperar morir, esperar un milagro ¿esperar qué? no lo sabemos.
Pero ¿qué es realmente esperar? Dice el diccionario que esperar es creer que va a suceder algo, cuando espero simplemente me siento a dejar que pase el tiempo y ocurra eso que estoy esperando, la espera es pasiva, la espera no implica que yo tenga que hacer nada, la espera me lleva a la resignación como cuando estoy en la antesala del consultorio del médico y hay mucha gente antes que yo, no hay nada que hacer sólo esperar.
La espera no ayuda, es por eso que hay que pasar de la espera a la ESPERANZA. La esperanza corresponde al anhelo que Dios sembró en nosotros desde que nos creó: el anhelo de la felicidad, porque Dios quiere que seamos felices, es ese anhelo el que debe guiarnos y llevarnos a caminar no en la resignación sino en la esperanza. ¿Cómo tener esperanza? La esperanza parte de la confianza y de la acogida. Parte de acoger, es decir aceptar libremente los obstáculos y sufrimientos de la vida confiando ciegamente en Dios, porque cada una de esas piedras, cada uno de esos hoyos, cada una de esas caídas tienen un sentido y una razón de ser en los planes de Dios para nuestra felicidad.
Dice la Biblia “Una esperanza que ve lo que espera no es esperanza, puesto que si ya lo ve, ¿cómo puede aún esperarlo?” (Rm 8, 24) y dice también que “Sabemos que TODO contribuye al bien de quienes aman a Dios” (Rm 8,28) Es cierto que Dios nos cambia los planes, las cosas muchas veces no salen como esperábamos pero decir que sí a aquello que no puedo elegir, a aquello que no planeé me hace plenamente libre, libre para dejarme guiar por la mano amorosa de Jesús.
Es en la esperanza cuando en medio del camino difícil, a través de las lágrimas, logro levantar los ojos del suelo y me doy cuenta de que no voy solo, me doy cuenta de que Jesús va caminando conmigo y me ofrece su mano y que tomado de su mano ya no necesito preocuparme por las piedras ni por los hoyos porque él me sostiene e incluso si caigo no me pasará nada, él me levantará.
Es al tomar su mano que veo la marca de los clavos y recuerdo que él recorrió el camino de la cruz por mí, que murió por mí, que cargó con todo mi sufrimiento y entonces puedo ver las pequeñas flores que hay entre las piedras del camino, puedo levantar los ojos, ver que a pesar de todo el cielo es azul y puedo tener la paciencia para esperar los tiempos de Dios teniendo la certeza de que el camino mejorará y el destino es mucho más bello de lo que había pensado, porque los planes de Dios son siempre mejores que los míos y en su infinito amor hace que los caminos más terribles desemboquen en las praderas más hermosas.
¡No desesperes! ¡todo pasará, el dolor se acomodará en tu corazón! Simplemente confía, sigue adelante porque hoy Dios te habla por tu nombre y te llama a caminar en la esperanza.
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