“Había una vez una mujer que había vivido toda su vida en la misma casa, la cual era grande y tenía muchas habitaciones, en realidad nunca se había dado el tiempo de recorrerlas y conocerlas todas, de hecho algunas de esas habitaciones eran oscuras, sucias, la asustaban o le desagradaban y por lo tanto las evitaba; había otras que por el contrario tenían luz, algunas más otras menos pero prefería quedarse en ellas, sin pensar mucho en las demás.
Un día llegó una persona dulce que se quedó a vivir con ella y llenó su casa de una hermosa y cálida luz que embelleció su vida por completo. Él la fue acompañando a esos cuartos oscuros a los que no quería entrar, en algunos le ayudó a encontrar el interruptor, se iluminaron y encontró cosas maravillosas en cada uno de ellos, sin embargo eran demasiados cuartos oscuros, el proceso de irlos recorriendo era cansado y difícil, algunos interruptores estaban simplemente descompuestos y además él tenía tanta luz que parecía innecesario buscar o reparar los interruptores faltantes, él estaba ahí, con sólo invitarlo a entrar las habitaciones se iluminaban ¿para qué complicarse?
Pero en esta vida nada es para siempre, un día contra su deseo él tuvo que irse, al hacerlo se cortó por completo la energía de la casa y de un día para otro ella quedó sumida en la más profunda oscuridad, una oscuridad que no había conocido antes. Por un tiempo se quedó ahí sentada sin saber que hacer, pensó en morir, la oscuridad pesaba demasiado, pero algo la hizo levantarse bajar a lo más profundo de la casa y reconectar la energía. Al hacerlo algunas luces se encendieron, al principio sólo las indispensables para funcionar y seguir viviendo pero poco a poco la necesidad de tener más luz la fue invadiendo. Tomó valor y fue entrando a las habitaciones donde él le había ayudado a encontrar los interruptores, le costó trabajo pero sólo tenía que recordar donde estaban y volverlos a encender. La casa comenzó a iluminarse de manera parcial pero ¿Qué hacer con esos interruptores que nunca quiso encontrar o reparar? Pensó esperar a que viniera de nuevo alguien a ayudarle.
Después de un tiempo alguien tocó a su puerta, se presentó con una sonrisa dulce y una lámpara en la mano, en su necesidad desesperada de luz no se dio cuenta de que detrás de la lámpara esa persona traía una oscuridad peor que la de ella y lo dejó entrar. Pero él no quería compartir su luz, sólo buscaba desesperadamente recargar su lámpara para vencer su propia oscuridad, así que entró sin cuidado, rompió cosas , desordenó todo y cuando no encontró lo que necesitaba se fue. ¡cuánta soledad y decepción sintió! El miedo se apoderó de ella ¿habría alguien que la pudiera ayudar? ¿estaba acaso destinada a vivir a media luz para siempre?
Una voz habló a su corazón y la animó a regresar a esos cuartos oscuros que tenía cerrados. En cada uno encontró siempre una vela, un cerillo, una pequeña linterna, una herramienta que la ayudaron a encontrar y a reparar poco a poco los interruptores. Su casa se fue llenando de luz y cuando estuvo iluminada se dio cuenta de que jamás había estado sola, Dios la había acompañado todo el tiempo, él discretamente le había acercado lo que necesitaba para prender las luces pero era ella y sólo ella la que tenía que prenderlas, la luz estaba en ella misma y la fuente era Dios.
Empezó a encender tantas luces que la luz empezó a iluminar hacia afuera, los vecinos se dieron cuenta y llegaban a tocar a su puerta para preguntarle qué pasaba. La luz del interior le permitió darse cuenta cuando llegaba alguien a querer robarle su luz y supo despedirlos con amabilidad, pero también le permitió iluminar a otros para que encontraran su propia luz. Hoy el vecindario entero vive iluminado y cuando un foco o un interruptor de su casa se funde basta con abrir una ventana para que la luz de fuera le permita repararlo de nuevo.” Autor: Celina Robles
Este es tan sólo un cuento pero si lo piensas la casa con muchas habitaciones es como nuestra alma; los cuartos oscuros guardan nuestras decepciones y fracasos, nuestros malos recuerdos y heridas, nuestros miedos e inseguridades, nuestros defectos y debilidades. Hay personas que nos ayudan a vencer nuestra oscuridad pero algunas veces preferimos simplemente dejarnos iluminar por otros cuya luz es poderosa, desgraciadamente nadie se queda para siempre, nosotros no podemos quedarnos para siempre con nadie, no es humanamente posible. En nuestra oscuridad también podemos buscar aferrarnos a luces falsas o mediocres que sólo nos hacen más daño la única luz que de verdad puede iluminarte está en ti y viene de Dios.
No dudes entrar a esos cuartos oscuros, ayúdate de otros que sanamente puedan ayudarte, toma terapia, toma cursos, lee, crece, aprende y sobre todo busca a Dios y déjate sanar por él, no estás solo en este camino de buscar la luz. Cuando esos cuartos oscuros se iluminen encontrarás cosas que no te gusten, que te duelan algunas podrás sacarlas y desecharlas, otras no cabrán por la puerta y tendrán que quedarse pero al menos podrás acomodarlas para que no estorben, pintarlas de colores y aprovecharlas de alguna manera, pero si no las ves ¿Cómo podrías hacerlo?
Abre las puertas de esos cuartos a pesar de tu miedo, acompáñate de alguien si hace falta pero sólo tú debes encender la luz. Recuerda que las puertas cerradas bloquean la luz, las puertas cerradas bloquean la vida y Dios te llama hoy a vivir.
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